EPÍLOGO
PRINCIPIOS DE OTOÑO
Hoy por fin hemos trasladado la jaula de las gallinas. Lo hemos hecho entre todos, porque mi hermano todavía no puede mover el brazo como quisiera. Dice que la bala que le atravesó el hombro quizá le afectó un tendón. No sabe si alguna vez acabará de recuperarse, y eso le preocupa, pero en realidad, hacía años que no lo veía tan contento. Habla más y hace más bromas, y hace semanas que no mira su mapa (que ya no sé ni dónde está, la verdad). A veces discute con Aitana por cosas de la casa, nimiedades, él dice algo y ella lo contrario, o al revés, es igual. Parece que les divierta hacerlo, y quizás es así, porque a veces acaban riendo a su manera silenciosa y también se aprecian mucho. Eso se nota. Como cuando ella necesita algo del altillo, y como todavía no camina del todo bien, es mi hermano el primero que se ofrece a ayudarla. Donde no llega uno siempre lo puede hacer otro.
Aitana, además, sigue sin querer poner una cerradura o una buena balda en la puerta de la casa. Cuando mi hermano se lo pide ella siempre responde lo mismo, que hay que tener cuidado cuando instalas barreras, no sea cosa que después seas tú quien no pueda pasar.
Por nuestra parte, cada día Joana y yo nos ocupamos de las gallinas: les damos de comer, les cogemos los huevos, y procuramos que estén limpias. Joana dice que de mayor querría tener una granja, con muchos animales, y poder tener leche y queso y lana para hacernos ropa. Saca las ideas de un libro que se titula justo así: De visita en la granja.
No acaba de leer muy bien, pero yo le enseño, y me encanta ver que progresa.
También tiene un par de libretas y un bolígrafo, y unos lápices de colores que le deja a mi hermano para que dibuje. Dice que le gusta mi letra y me obliga a leer las cosas que escribo y acompañarla a la tumba de su padre, donde dejamos algunas flores.
He recuperado mi libro de los Cinco, pero ahora no lo leo tanto, porque aparte de lo que le cuento a Joana, me estoy inventando una historia en secreto y eso me tiene bastante ocupada.
El puro otoño no tardará en llegar. Entre todos cogemos leña de aquí y de allí. Alguna noche tenemos conejo para cenar. A veces vamos a por agua mi hermano y yo, o voy con Aitana (porque todavía no me dejan ir sola). Siempre estamos atentos, pero solo de lejos hemos visto algún otro Cuerpo Libre. Dice Aitana que esto no ha hecho más que empezar, y creo que sé a qué se refiere, porque cada vez veo más aviones de combate altos, bien altos, dirigiéndose hacia el sur y la costa.
Un día, volviendo de la fuente, encontramos un lazo blanco que no habíamos anudado nosotros.
Me gusta mi colgante y mi piedra.
Ya me sé casi todos los nombres de los
pájaros que vuelan en libertad.