CAPÍTULO 9

Al día siguiente desperté llena de sangre. Al principio solo noté la humedad, pero después, al abrir los ojos, vi que un rojo oscuro lo inundaba todo. Incrédula, miré a mi alrededor. Mi hermano, que se había acostado a mi lado, había desaparecido. Empecé a temblar, y de miedo, de puro miedo, también a gritar.

En el piso de abajo oí unos pasos, y a continuación la escalera en movimiento, y entonces mi hermano que aparecía y me buscaba.

"¿Qué pasa?, ¿qué pasa?"

Yo no podía responder. Estaba completamente paralizada mirándome la punta de los dedos, llenos de sangre, y el vientre, y el rastro que había dejado en el colchón.

Mi hermano apartó con gesto enérgico la sábana y me inspeccionó de arriba a abajo. Alterado, nervioso como yo, palpándome en busca de la herida.

"Tranquila, tranquila...", me decía.

Pero el corazón me latía como el día en que los militares nos expulsaron de casa, y por un minuto estuve convencida de que moriría allí mismo... Hasta que mi hermano empezó a respirar, y respirar, e incluso sonrió.

"Estás bien, no te preocupes... Todo está bien."

"¿Qué pasa?"

"Creo que te ha venido la regla..."

Mi primera menstruación. Había oído hablar de ella, claro, incluso alguna compañera de la escuela decía que ya la tenía, pero en realidad ninguna sabía con certeza qué era, y todo entre nosotras eran rumores, creencias o mentiras.

Fue Aitana quien me lo explicó con detalle, cuando ya me había limpiado y desayunaba con ella sentada a mi lado.

"Es odiosa", me dijo, "te duele el cuerpo y ensucias como una mala cosa. Y a veces te cambia el humor... Cuando podía cambiarte el humor y había alguien que lo apreciaba, claro, no ahora, que estamos solos y da igual si estás enfadada o alegre, ¿quién se ha de dar cuenta?, ¿las malditas gallinas? ", y me guiñó de nuevo un ojo. "Pero ¿sabes?, en cierto sentido también me gusta tenerla. Me recuerda que estoy viva y en continua evolución, que siempre es posible volver a empezar".

Me gustaron aquellas palabras y pensé que estaría bien escribirlas en mi libreta, para que no se me olvidaran.

No sé por qué, me apeteció extenderle mi mano. Ella sonrió y me la acogió. Tenían un tamaño similar, pero la suya estaba al mismo tiempo más desgastada y era más fuerte. Ella las miró, jugó un poco con mis dedos y entonces, de repente, su rostro se entristeció.

"Deberías hacer caso a tu hermano", dijo. "No me conoces de nada."

Al principio no entendía. Después me enfrié.

"¿Nos harás daño?", pregunté.

Reflexionó un momento, como si mirara lo más profundo de su interior.

"Espero que no", suspiró alzando las cejas. "Ya he hecho demasiado daño... Y no ha sido siempre sin querer."

"¿Has matado a alguien?"

Ella retiró su mano, y encogió los hombros.

"Nadie que no lo mereciera...", dijo, y se incorporó sobre su pie sano y me acarició la cabeza. "¿Pero quién está en condiciones de juzgar a los demás?"

Entró mi hermano, y de nuevo llevaba la escopeta. Nos miró. Estaba un poco sudado, como si hubiera hecho un esfuerzo.

"¿Dónde vas con eso?", le preguntó Aitana. "Ni sabes usarla ni está cargada. Te sería mucho más útil una sartén entre las manos..."

Él hizo como si ni siquiera la hubiera oído.

"¿Estás ya bien?, me preguntó.

Asentí.

"Aitana me ha enseñado cómo ponerme aquí abajo una tela, para manchar poco..."

"Es un pañuelo que tenía... le vendrá bien", explicó ella.

Mi hermano parecía un poco incómodo con aquellas explicaciones, y enseguida cambió de tema.

"Traeremos las gallinas aquí delante", dijo.

"No es una buena idea...", respondió Aitana apoyándose un poco en la pared.

"Detrás están desprotegidas", respondió mi hermano. "Cuando vinimos una se había salido y la jaula está medio rota por culpa de algún animal..."

"Te digo que no es una buena idea", insistió ella. "Entiendo que llevas mucho tiempo cuidando de tu hermana, y lo has hecho muy bien. Pero no sabes tanto como crees. Solo tienes, qué, ¿dieciséis, diecisiete, dieciocho años? Te saco más de diez, y llevo viviendo aquí el tiempo suficiente como para saber que delante las gallinas en verano posiblemente morirían de calor. Ya las traeremos de aquí a un mes, e incluso es posible que te deje que les pongas nombre..."

"Yo quiero ponerle nombre a una", intervine, pero eso no detuvo a mi hermano, que se acercó a ella con aire rudo.

"Quizás ayer no me expliqué con suficiente claridad", dijo mirándola a los ojos. "Estás viva solo porque yo te salvé... Y ahora aquí eres una simple invitada... No hagas que me arrepienta tan pronto..."

Aitana le sostuvo la mirada sin ni siquiera parpadear. Parecía muy acostumbrada.

"Necesitarás ser mucho más convincente para asustarme", respondió. "Quiero estar viva, pero no le temo a la muerte. No sé si tú puedes decir lo mismo... Además, ¿de dónde vienes tan cansado y sucio? ¿Qué has hecho fuera? ¿Con quién te has peleado o a quien has enterrado? "

Me había perdido algo, pero no sabía el qué. Y en efecto, mi hermano no solo había paseado. Aún estaba respirando profundamente, recuperándose del esfuerzo. En sus dedos aún había tierra.

"Venga, Irta, vamos fuera", y me dio la mano para que le acompañara. Yo obedecí. "Por cierto", dijo antes de salir, y abrió el cañón de la escopeta y se lo mostró a Aitana. "Ya está cargada... Y estoy esperando cualquier excusa para hacer prácticas..."

El resto de la mañana lo pasamos un poco desocupados, y eso me gustaba. No me gustaba, sin embargo, que ellos dos no se llevaran bien, que estuvieran enfadados el uno con el otro. Sí, tan solo hacía un día que la conocía, pero la sentía cerca, a Aitana. Como si se pareciera vagamente a mamá, o fuera una hermana mayor, pero sobre todo, como si pudiera aprender muchas cosas de ella. Visto en perspectiva me doy cuenta que fue en el Campamento, pero especialmente durante la fuga y el descubrimiento de la casa, cuando aprendí que una de las cosas más importantes que tenemos es, precisamente, nuestra capacidad de aprendizaje: no es lo que sabemos, es sobre todo lo que podemos y queremos saber. Y por eso es fundamental estar rodeados de buenos maestros que nos sepan guiar. Aitana podía ser una de esas maestras, como lo estaba siendo mi hermano, como antes lo habían sido mis padres, la escuela e incluso Berta, que me había enseñado tantas cosas, no solo sobre bailes.

Seguí a unos metros de distancia a mi hermano, que parecía medir la jaula de las gallinas y pensar cómo trasladarla... Pero la verdad es que hasta yo me daba cuenta de que fingía, porque si hubiera querido trasladarlas de verdad no le habría estado dando tantas vueltas al tema. Estaba claro que Aitana lo había convencido con sus argumentos, y que sólo estaba intentando inventar una excusa para no tener que darle la razón. Cuando me aburrí un poco de su silencio teatral me quedé al lado de la puerta, también un poco dolorida por la regla. Hasta que, en un momento dado, noté que con tanto paseo arriba y abajo también mi hermano se había relajado.

"Tete", le dije. "Explícame de nuevo tu nombre ..."

Me miró como si le pidiera algo absurdo, la luna. Pero me crucé de brazos, esperando... Tenía todo el tiempo del mundo, al fin y al cabo, y necesitaba una distracción que me hiciera olvidar las molestias que sentía, al menos unos minutos.

"Mi nombre...", cedió, finalmente. "Mi nombre me lo pusieron los papás mucho antes de nacer, como a ti el tuyo", y se sentó a mi lado, apoyados en la pared. "Y me lo pusieron, porque mamá le dijo a papá que estaba embarazada de mí mientras miraban el cielo."

"¿Y qué vieron allí?", pregunté sabiendo perfectamente la respuesta.

"Un águila... Un águila volando lenta, lentísima, atenta a todo, sin necesidad de tener nada propio para ser la reina del cielo... Algo así debe ser el verdadero poder, ser respetado por quien eres y no por lo que tienes... "

"Escríbeme tu nombre en árabe, que me gusta..."

Sonrió. Dudó un instante, pero a continuación alisó el terreno con la palma de la mano, y con la punta del índice, lentamente, con cuidado, escribió de derecha a izquierda.


الطائر


"Altair", dije en voz baja. Y aunque sabía que le haría sentir incómodo, lo abracé. Era mi hermano.

"¡Me haréis llorar con tanto amor!", dijo Aitana desde dentro. "Ya os dije ayer que se oía todo... Ahorradme estos espectáculos edulcorados, por favor..."

"Ven", le dije. "Ahora está indefenso, y tú también lo podrás abrazar..."

Apareció apoyada en el umbral, con cuidado de no tocar el suelo con el pie herido.

"No te emociones, Irta... Que no os conozco", y de nuevo, cómplice, me guiñó el ojo, pero no se acercó.

Ya han pasado unos cuantos años desde aquel nombre escrito en la tierra, y han pasado muchas cosas que tal vez cuente algún día, como estoy contando aquí estas. En cualquier caso, aún en noches de insomnio, mientras mi familia duerme y afuera no todo es silencio, rememoramos aquellas formas, aquellas letras que ni mi hermano ni yo entendíamos, pero que llevábamos grabadas a fuego. Dicen que recordar significa literalmente volver a pasar por el corazón, y me gustaría volver allí, a aquel pasado antes de que inmediatamente se convirtiera en pasado, y habitarlo un instante más, y otro, a voluntad, y sentir aquellas letras con la punta del dedo para volver a aprender del maestro que más y mejor me enseñó: mi hermano.


   Capítulo 8

Capítulo 10 →